Los adjetivos que rodean la figura de Obama en noviembre de 2010, envuelto en las mid-term elections, distan excesivamente de los que construían su altar en 2008, cuando el pueblo americano depositó en sus manos el destino de los Estados Unidos. La crisis no facilitaba su misión pero dar un paso en falso, o tal vez varios, ha hecho que se vea envuelto en términos como fracaso, decepción e incluso traición.
Mientras que en 2008 las encuestas Gallup mostraban que el presidente Obama tenía un 68% de aprobación, el domingo pasado The Washington Post publicó el último sondeo realizado mostrando que hoy sólo cuenta con el 49%. Barack Obama está a punto de caerse de su púlpito y la caída no pinta bien. Este martes 2 de noviembre veremos si durante estos dos años se ha tejido una buena red salvavidas que amortice el golpe, aunque ojo, no olvidemos que el Tea Party ha traído sus tijeras para arramplar con todo aquello sobre lo que se sustenta el presidente.
El Tea Party ha surgido fruto de la ira y furia de la gente normal por las medidas económicas de Obama para hacer frente a la crisis y ha llegado para impedir que se invierta dinero en lo que no le gusta: el rescate financiero de Wall Street, el rescate de General Motors y Chrysler, y como no, la Reforma Sanitaria.
Teniendo como base la relación directa que hay entre gasto y estupidez, los conservadores americanos Tea Party abogan por todo lo contrario: menos despilfarro, menos impuestos y más control y límites al gobierno.
Los seguidores han protagonizado salvajes protestas labrándose así la imagen revolucionaria que plasma su nombre: el partido que inspira al Tea Party actual es el Boston Tea Party de 1773, el famoso protagonista del motín del té. Un acontecimiento que simbolizó el detonante de la posterior guerra provocada por la ferviente protesta contra los altos impuestos implantados por Inglaterra. El Tea Party, es interpretado por algunos como un signo de una rebelión que está a punto de acontecer.
Este partido del té es un grupo cuya definición resulta muy difícil de precisar. No se puede categorizar sobre él debido a su difusión y heterogeneidad y, aunque no está claro hacia donde se dirige, la dirección es totalmente opuesta a la de Obama, criticado por llevar al país hacia el socialismo, incluso hacia el marxismo cubano y hacia una europeización que no es apropiada para el país. Pero el Tea Party no está solamente compuesto por caricaturistas que comparan a Obama con Stalin o Hitler, sino que podría calificarse como un melting pot que incluye no sólo a ultraconservadores y republicanos, sino también a demócratas que, frustrados al ver las promesas incumplidas, las esperanzas vacías, hacen un llamamiento para cambiar el sistema.
Estos cambios no son precisamente sutiles o superficiales, el 60% de los miembros de este partido proponen la eliminación de organismos institucionales como la Reserva Federal y el Servicio de Impuestos Internos. Así de fácil. El perfil de los votantes ha cambiado y se ha movilizado. Se ha pasado de los jóvenes y mujeres afroamericanos a los hombres, blancos y de más de 45 años.
El gran revuelo que ha causado la aparición de este movimiento ha llevado a varios profesionales a realizar estudios sobre el tema. Tal es el caso de la periodista del New York Times Kate Zernike; la cual dice que este grupo es más una idea que una organización política con aspiraciones a ser la tercera formación de la nación. Otras características que señala esta periodista americana son la descentralización del movimiento (el cual carece de líderes a pesar de que Sarah Palin o Glenn Beck nos lo parezcan) y su falta de cohesión (está formado por grupos muy diferentes de personas cada una con unas prioridades). Mientras, otros estudiosos piensan que los adictos al té son tan fuertes que lograrán la división del Partido Republicano en dos vertientes: la moderada y la conservadora.
El sueño americano ha sido destruido y alguien tiene que reconstruirlo, el Tea Party quiere ser ese alguien y lo quiere hacer luchando y en Estados Unidos lo hacen todos: los que quieren conseguir el poder y los que quieren mantenerse en él. Esta batalla se ve reflejada en las campañas políticas de los aspirantes a senadores o gobernadores de 37 estados. No todos los americanos están de acuerdo en qué debería invertir Obama, si en reducir impuestos o en investigación, pero hay algo en la que los políticos coinciden: el gasto en las campañas. Ya se sabe cómo es la puesta en escena de las elecciones americanas -que bien podríamos afirmar que se trata de la sociedad del espectáculo en todo su esplendor- y la cantidad de cientos de miles de dólares que se invierten en ellas. De esta manera, cabe hacerse una pregunta ¿se desvirtualiza así el proceso electoral, en el que los candidatos son casi concursantes de un reality show y, los votantes, se convierten en meros espectadores cuya función es enviar un caro mensaje a través del móvil para elegir al ganador de tan deseado trofeo?
Y entre tanto, ¡quién pudiera disfrutar de un viaje por Estados Unidos con la excusa de una campaña política! Algo parecido debió de pensar Joe Klein, reconocido escritor y periodista de la revista TIME, que ha querido conocer de cerca los entresijos de esta lucha ideológica que no ha hecho más que empezar. Su método: el clásico road trip americano. Acompañado por un pequeño equipo, Klein se ha embarcado en un viaje cruzando de costa a costa el centro del país, 10.914 kilómetros, 12 estados y 24 días son las cifras que describen su viaje, pero las innumerables experiencias que ha vivido constituyen el eje central de tan sorprendente proyecto. Después de obtener toda la información posible, las conclusiones de Klein se nos antojan más que interesantes. Según este periodista, los ciudadanos sabe diagnosticar los problemas pero no tienen ideas firmes acerca de cómo solucionarlos. También, ha apreciado fuertes y abundantes contradicciones ideológicas, lo que le lleva a concluir que la noción de América como un país conservador, moderado o liberal es una ficción creada por aquellos que dominan la opinión pública. Y pone como ejemplo a múltiples personas que ha conocido a lo largo de su expedición, de los que dice “he conocido a más de unos cuantos votantes que parecen ser conservadores, moderados y liberales al mismo tiempo”. Probablemente, reflexiones similares a esta podríamos sacarlas cualquiera de nosotros si nos paramos a hablar con los ciudadanos de nuestros países.
Podríamos decir que este election show hace partícipe al votante, pero que en definitiva, una vez éste haya cumplido su misión, vuelve a casa, se sienta en su sofá y se olvida. ¿Reflejan estas actitudes una democracia real?
Por otro lado no podemos negar que las mid-term election no están siendo un simple referendo de la gestión de Obama durante sus dos primeros años de mandato, sino que son mucho más. Están sirviendo de marco para el surgimiento de fenómenos políticos, como es el Tea Party, que hacen que la sociedad se pare y piense. Del mismo modo que el viaje por carretera de Joe Klein le ha hecho replantearse sus convicciones políticas, acaba de comenzar una introspección nacional del pueblo americano. Siempre es buen momento para repensar una nación, un estado, teniendo como objetivo afianzar la democracia, aún así, la reflexión que se está dando en EEUU podría derivar en cambios aún impredecibles.
Laura Fernández Izuzquiza
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